Jesús nos dijo que Dios es el Dios de la Vida. Un Dios presente en el tiempo que buscó mirarse desde los hombres. Al tocar nuestra realidad la hizo plena para siempre, llenó nuestras expectativas y nuestras ansiedades. Al mismo tiempo, este Dios de la vida y de la historia es el Dios que “se hace cargo”. Dios se hizo cargo de la vida de cada uno de nosotros desde el momento que se hizo uno de nosotros en Jesús.
La espiritualidad del discípulo de Jesús nos propone encontrar al Dios de Jesús en la vida cotidiana, en mi vida y en la vida de los jóvenes con los que comparto mi fe.
De este modo se trata de un crecer en la fe viviendo, asumiendo la propia vida y viviéndola plenamente. Es ser “uno mismo” en el sentido más profundo de la palabra. Se trata de dejar que la vida de uno mismo se pronuncie, diga su íntima verdad. “Leer” la vida, “habitar la propia tierra” es la clave de lectura. En esta lectura original y propia de la vida hay un eco nuevo del mismo Evangelio. La Palabra de Dios que es nueva y la misma de siempre, se hace carne en la propia vida. Dios se está pronunciando continuamente en la propia vida.
La vida que vivimos todos los días se convierte en un proyecto personal en la medida que nos hacemos cargo de ella.
Con la Encarnación, Jesús nos mostró que Dios no es un ser ajeno a la vida, sino que está metido en ella. Si nosotros creemos en este Dios, nos vamos convirtiendo en gente que se hace cargo de la propia vida.
¿Qué significarse esto de “hacerse cargo”?
Se puede vivir la vida sin preocupaciones, o sea, dejándola pasar sin que “pase nada”, nada malo, pero tampoco nada bueno.
“Hacerse cargo” implica mirar lo que nos pasa, asumir la propia historia, mis capacidades y mis límites, mirándola desde dentro, enfrentando miedos y dificultades. El “hacerse cargo” es vivir “según Dios”. Construir la propia vida en diálogo con Él es lo que nos propone Jesús en el Evangelio. Y esto es lo grande: Dios no me propone construir la vida solo, sino con Él. ¡Acá está lo grande de su misericordia! No se trata de vivir solos: en la experiencia de la comunidad nosotros aprendemos a mirar la vida desde Dios.
¿Qué es, entonces, el discernimiento en una comunidad?
Es un proceso de búsqueda orante en el que una comunidad, a través de un diálogo sincero hecho en un clima de fe y de libertad interior,• percibe la presencia activa de Dios
• y toma conciencia de lo que conviene hacer y de la manera de hacerlo
para que toda su vida esté constantemente orientada por el Espíritu y así hacer “siempre lo que le agrada al Padre” (Jn 8,19).
La clave del discernimiento es la renovación y transformación de la persona, que va haciendo cada vez más suya la mirada y las opciones de Jesús hasta las últimas consecuencias.
Condiciones para discernir:
1. Libertad interior para mirar la realidad y las personas sin defensas, ni bloqueos, ni prejuicios, ni apasionamientos.
2. Clima de oración clave para cuidar la libertad interior y para ver la realidad con una mirada guiada por el Espíritu. El discernimiento no es simplemente un método para encontrar las respuestas correctas, sino una cuestión de escucha y disponibilidad humilde a Dios presente en la historia.
3. Situarse en una perspectiva de fe que nos hace capaces de rastrear las huellas de Dios en los acontecimientos humanos y nos permite interpretar su Palabra y preguntarnos: ¿cuáles fueron las perspectivas de Jesús? ¿Cuáles son las que deben inspirar las nuestras?
4. Dios quiere nuestra cooperación en la búsqueda. En la asidua búsqueda de lo que a Dios le agrada, el Espíritu nos va regalando la mentalidad humana de Cristo que nos familiariza con su manera de ver, de sentir y de obrar.
Pasos:
1) Plantear claramente el tema para discernir comunitariamente.
2) Conocer muy bien la realidad sobre la que tomaremos una decisión con una información adecuada.
3) Mirar bien el corazón y observar cuáles son aquellas cosas que me bloquean y cuáles las que me liberan para avanzar en la decisión.
4) Hacemos una primera sesión de escucha del parecer de todos frente al tema. Mientras escribimos las resonancias internas de lo que se va diciendo.
5) Compartimos las resonancias que fuimos escribiendo y los sentimientos que se despiertan en cada uno a partir de lo escuchado.
6) Escuchamos la Palabra de Dios y en forma personal trato de “dejar pasar” a Dios por lo que hemos compartido descubriendo las luces y las sombras.
7) Compartimos lo que hemos rezado con la Palabra y buscamos los puntos comunes. Este ejercicio nos permitirá ponernos de acuerdo llegando a un consenso.
(fuente: www.pastoraldejuventud.org.ar)
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