viernes, 10 de octubre de 2008

Los senderos de Paulo Coehlo (*)

(*) Escrito por Fernando Castelli, S. J.

La resonancia mundial que tuvo "El Alquimista", de Paulo Coelho es comparable con la de "Cien años de soledad", de G. García Márquez, libro publicado en 1967. A diez años desde su publicación (1988) se ha convertido en un best seller indiscutido, traducido a 28 idiomas, vendido en 58 países y reconocido como una obra reveladora y de alto nivel literario.

¿Quién es el autor de esta novela de la desbordante afirmación? Paulo Coelho “nació en Río de Janeiro en 1947. Fue alumno de los jesuitas, hippie en los años 60, militante de izquierda, exiliado por motivos políticos durante la dictadura, periodista, hombre de teatro, música y autor de letras. Sus puntos de referencia literaria son Jorge Amado, “porque demostró que la realización de un sueño siempre es posible”, y la Biblia, que lee y relee permanentemente[1]. En el prólogo de la novela, Coelho nos señala además que estudió alquimia durante once años, fascinado con la idea “de convertir los metales en oro o descubrir el Elixir de la Larga Vida”. Una vez superadas la desconfianza y las dudas, llega definitivamente al ámbito de esta ciencia que le permitió adquirir verdades fundamentales, que según él pueden orientar la vida e imprimir un sentido satisfactorio y abierto a las posibilidades más inesperadas. Dado el amplio eco suscitado por la novela y la gravedad de los problemas en ella examinados, consideramos oportuno su detenido análisis con el fin de mostrar su inspiración de fondo, temerosos de que no sea percibida por muchos lectores apresurados.

Historia de una iniciación

Más que una novela El Alquimista es una fábula sapiencial, un cuento de las Mil y una noches. Tiene la seducción de las voces profundas del corazón, que en el desierto revelan el secreto de la vida y los senderos de la salvación. Considerando estos elementos, también puede definirse como historia de una iniciación. Desde el punto de vista literario, El Alquimista es un texto cautivante, sobre todo por la presencia de tres elementos. El estilo es sencillo, inmediato y lleno de sentencias. Se leen y disfrutan sus páginas como si fuera la carta de un amigo que confía en uno y le revela secretos preciosos. En segundo lugar, el contenido de la narración es como una ventana abierta hacia un mundo encantado con miles de luces y señales. Al recorrerla nos sentimos extraños al comienzo y luego vislumbramos nuestra casa, que habíamos olvidado y oculta un tesoro. Nos encontramos ciertamente en zonas de sombra y en medio de peligros, pero sentimos tranquilidad porque nos guían presencias benefactoras. Por último, es un texto simbólico. Y sus símbolos, llenos de contenido, fuerza ética y religiosa, revelan una sabiduría que rejuvenece el alma y da sabor a la vida. Por otra parte, la estructura narrativa es sólida y armónica. Si queremos un término de referencia, pensemos en El Principito de Saint-Exupéry, El Profeta de Gibrán, Siddharta de Hermann Hesse, Juan Salvador Gaviota de R. Bach y en relación con algunos aspectos, en Así habló Zaratustra de Nietzsche.

“Todo es una sola cosa”

El Alquimista es un carrusel de ideas esotéricas. Algunas pueden reducirse a la alquimia, otras al pansiquismo y el panteísmo y por último otras al gnosticismo y un vago misticismo. No pocas veces encontramos citas bíblicas y referencias a teorías científicas y “religiosas” de nuestra época. Analicemos aquellas que aparecen con más frecuencia y estructuran la trama.

El universo no es, como se cree, un cúmulo de cosas, sino “un todo unitario” -”todo es una sola cosa”- (pp. 58 y 38), un organismo en el cual cada elemento está dispuesto en función de la vida y la armonía de la totalidad. “Cuando algo evoluciona, también evoluciona todo cuanto lo rodea” (p. 152). El universo además tiene un alma. Llamada el “Alma del Mundo”, que “mueve todas las cosas”, dándoles sentido y vida. “Todo cuanto se encuentra debajo y encima de la superficie de la Tierra se transforma permanentemente, porque la Tierra está viva y posee un Alma” (p. 92) (definida por Jung como “inconsciente colectivo”) (p. 9). En ella, todo está escrito para siempre, todo vive eternamente. Por lo tanto, es estúpido preocuparse de la muerte. Sumergirse en el Alma del Mundo no es morir, sino encontrarse con todo lo creado en una nueva dimensión de la existencia (cfr. p. 125).

El Alma del Mundo posee un lenguaje conocido por pocos. Es un idioma sin palabras, gracias al cual es posible descifrar el mundo y conocer el pasado y el presente de todos los hombres. Para aprenderlo es necesario prestar mucha atención a sus señales misteriosas y a los “presentimientos”.

Penetrar en el Alma del Mundo es la tarea de los alquimistas, entregados desde hace muchos siglos a conquistar el Elixir de Larga Vida y la Piedra Filosofal. Las pocas personas que lo logran manejan la Mano que todo lo escribe. Es un trabajo arduo, pero no imposible si se tiene el valor de sacrificarlo todo en aras del mismo. El muchacho lo tuvo y conquista la “Gran Obra”. ¿Cómo? La respuesta es simple: comprendió una verdad esencial, comprendió que somos nosotros quienes debemos regir nuestra vida y no el destino. “La mentira más grande del mundo” es creer que la realización de nuestro ser no depende de nosotros -de nuestro valor, de nuestro compromiso, de nuestro esfuerzo por comprender el lenguaje del mundo- sino de elementos ajenos, que nos convertirían en esclavos y no en dueños de nuestra vida.

Realizar la propia Leyenda Personal

En la novela, la autorrealización tiene un nombre engañoso: Leyenda Personal. Se nos revela en los sueños de la juventud, cuando nuestro espíritu todavía no está oscurecido y obstaculizado por el peso de objetivos materiales y egoístas, sino más bien abierto a la comprensión del Alma del Mundo, y la voluntad está decidida a sintonizar con ella. “Existe una gran verdad en este planeta -confía el rey de Salem al muchacho- Quienquiera seas o independientemente de lo que hagas, cuando deseas algo con voluntad es porque este deseo ha nacido en el alma del Universo. Esto representa tu misión en la Tierra” (p. 37 s.). Es una misión única y fundamental y de su éxito no sólo depende nuestra realización como personas, sino también el bienestar universal. “Realizar la propia Leyenda Personal es la única tarea de los hombres. Todo es una sola cosa. Y cuando deseas algo, todo el Universo conspira para que tú realices tu deseo” (p. 38). Por consiguiente, nada puede impedirnos alcanzar la meta fuera de nosotros mismos. “El muchacho comenzó a envidiar la libertad del viento y advirtió que podría haber sido como aquél. Nada lo impedía, salvo él mismo. Las ovejas, la hija del comerciante y los campos de Andalucía sólo eran los pasos de su Leyenda Personal” (p. 43).

Para triunfar sobre nosotros mismos y vivir en el Alma del Mundo, es preciso prestar atención a los sueños y escuchar al corazón. “Escucha a tu corazón -recomienda el alquimista al muchacho- Éste conoce todas las cosas porque tiene su origen en el Alma del Mundo y un día regresará a ella” (p. 143). Es importante escuchar al corazón porque “dondequiera se encuentre, allí estará tu tesoro” (p. 144). Además, el hecho de escucharlo nos protege contra el miedo, nos induce a esa búsqueda que es “un momento de encuentro con Dios y la Eternidad” (p. 146) y nos revela verdades ocultas, como, por ejemplo, que el hombre feliz es aquel que tiene a Dios en su interior y que para cada hombreen la faz de la tierra hay un tesoro esperándolo.

Esas verdades son reveladas al muchacho cuando no se deja llevar por los acontecimientos y aturdir por las cosas, concentrando en cambio su atención en la voz del corazón. “Nosotros, los corazones, solemos hablar poco de estos tesoros porque los hombres ya no desean encontrarlos. Sólo hablamos de ellos a los niños y luego dejamos que la vida dirija a cada uno hacia su propio destino. Sin embargo, pocos siguen el camino trazado para ellos, el camino de sy Leyenda Personal y la felicidad. Se considera amenazador al mundo y es por este motivo que el mundo se vuelve amenazador” (p. 147). Así, los hombres, dominados por el miedo, se cierran en sí mismos, debilitan la voz del corazón y por consiguiente no prestan atención a los sueños y desperdician la vida siguiendo espejismos mezquinos, que cambian por tesoros. Para hacer comprender esta verdad el alquimista revela al muchacho cómo sería su vida si decidiera establecerse en el oasis, aceptando la dignidad de consejero y casándose con Fátima. En el primer año tendría felicidad y bienestar, en el segundo surgiría el recuerdo del tesoro al cual renunció y se entristecería, y en el tercero las señales le hablarían con más insistencia del tesoro y su Leyenda Personal traicionada. “Noche tras noche velarás, caminando en el oasis, y Fátima será una mujer triste porque por ella habrás interrumpido tu camino (...). En el cuarto año te abandonarán las señales porque no habrás querido escucharlas. Lo comprenderán los jefes de la tribu y te alejarán del consejo. Serás entonces un comerciante rico, con muchos camellos y gran cantidad de mercancías; pero pasarás el resto de tus días vagando entre las palmeras y el desierto, sabiendo que no realizaste tu Leyenda Personal y es demasiado tarde, sin haber comprendido que el amor jamás impide a un hombre seguir su Leyenda Personal. Si esto ocurre es únicamente porque no se trataba de verdadero amor, de ese Amor que habla el Lenguaje del Mundo” (p. 13 s.).

Los milagros del Amor

Muchas páginas de El Alquimista están salpicadas de un lirismo que alcanza sus tonos más altos cuando el discurso versa sobre el amor. Podría afirmarse que El Alquimista es una novela de amor, con telones de fondo palingenésicos y generadores de misticismo. ¿Qué es el amor? ¿Cuál es su origen y cuáles son sus expresiones? El amor es la vida del universo, la fuerza que todo lo mueve y “la parte más importante y sabia del Lenguaje que habla el mundo y toda persona en la tierra puede comprender con su corazón” (p.107). Tiene su fuente en la Mano que determina todo cuanto ocurre bajo el sol y siempre ha predispuesto la sintonía entre dos personas y todo lo necesario para su encuentro (cfr. p. 108). Cuando el muchacho divisa por primera vez a Fátima, cerca de un pozo del oasis, es “como si el tiempo se detuviese y el Alma del Mundo surgiese con toda su fuerza ante el muchacho” (p- 107). Tiene la sensación de conocerla y amarla “incluso antes de saber de su existencia y de que su amor por ella le habría permitido encontrar todos los tesoros del mundo” (p. 109). Así será, porque todo lo puede quien tiene el amor, ya que es el alma del universo.

He aquí el significado y la tarea del amor: despertar en nosotros el deseo de “ser siempre mejores de lo que somos”, dejándonos guiar por la “Mano que todo lo ha escrito”, y así mejorarlo todo y transformarnos. “Únicamente esa mano podía hacer milagros, convertir a los océanos en desiertos y a los hombres en viento, porque sólo ella comprendía que un designio superior impulsaba al Universo hacia un Punto en el cual los seis días de la creación se transformarían en la Gran Obra” (p. 167).

La Gran Obra es el fin de la creación, el resultado de la Gran Alquimia. “Y el muchacho se sumergió en el Alma del Mundo y percibió cómo ésta era parte del Alma de Dios y cómo el alma de Dios era su propia alma. Y en ese momento supo que también podría hacer milagros” (ivi), como de hecho ocurre. Ésta es la “gloria de Dios”. Otros la llaman Paraíso. “Los sabios comprendieron que este mundo natural es sólo una imagen y una copia del Paraíso. La existencia de este mundo garantiza por sí misma que existe uno más perfecto. Dios lo creó para que los hombres, a través de las cosas visibles, pudieran comprender sus enseñanzas espirituales y las maravillas de su sabiduría. Y a esto lo llamo Acción” (p. 143).

Es la vocación universal y por lo tanto la Acción. Ésta se realiza en progresión ascética (librarse de los materialismos, de los temores, de las pequeñeces, de los cálculos triviales) y en conquista mística (sumergirse en Dios, del cual todo proviene, al cual todo converge, hasta confundirse con Él, siendo nuestra alma parte de su misma Alma).

¿Un mensaje inspirado en el “New Age”?

El lector se habrá dado cuenta de que Coelho escribió El Alquimista para ofrecer a los hombres de nuestra época un mensaje de salvación, es decir, de carácter ético-religioso. En síntesis y en un lenguaje común, podemos formularlo en cuatro puntos.

El hombre, dotado de un alma espiritual e inmortal, tiene una vocación precisa, que debe realizar con valor y perseverancia, sobre todo con gran generosidad, alimentada por el amor.

Esa vocación consiste en una transformación gradual de Dios, siguiendo las indicaciones de los sueños más recurrentes y profundos, guiados por personas expertas y capaces de enseñar el lenguaje de las señales que recibimos en nuestra búsqueda.

Todos somos responsables de nuestro propio éxito y nuestra propia derrota. No es fácil superar los obstáculos que encontramos en el camino, pero tampoco es imposible ya que si existe la voluntad, también existe la ayuda de las señales y las fuerzas del cosmos.

En general, los hombres recorren senderos equivocados, que los conducen al fracaso en la vida, porque no conocen la belleza y la riqueza de su vocación. En ese desconocimiento, no pueden desear.

En este mensaje hay elementos positivos, dignos de acoger y estimar. Nos agrada sobre todo la invitación a superar todo aquello que reduce al hombre a un fenómeno puramente material y lo mutila espiritualmente con espejismos que mortifican su vocación. También nos agrada la insistencia en la búsqueda personal y el compromiso que la misma exige. En nuestra época, enferma de materialismo, indiferentismo y falta de compromiso, esta invitación es oportuna y urgente.

Sin embargo, hemos comprendido que en el mensaje de Coelho hay un choque con la esfera religiosa. ¿Cuál es la religión de nuestro Autor? ¿Admite la trascendencia? Sí, él afirma que Dios creó el mundo (p. 143), pero en el contexto de la novela su Dios se confunde con el mundo y el alma de Dios es la misma del muchacho, es decir, de los hombres que lo rodean (p. 167). No se afirma explícitamente el panteísmo y el pansiquismo, pero a ellos nos conduce una lectura del texto con atención. ¿Qué significa que “la Tierra está viva y posee un Alma” (p. 92), que “el Alma del Mundo es parte del Alma de Dios” (p. 167), que “todo es una sola cosa” (p. 58), que el perfeccionamiento humano debe proseguir “hasta el momento en que el Alma del Mundo sea realmente una sola cosa” (p. 165), sino que la evolución tiende hacia Dios como la semilla hacia el fruto y que Dios es una potencialidad del universo?

Algunas afirmaciones audaces de Coelho podrían interpretarse también en clave teológicamente ortodoxa, pero el contexto de la novela -repetimos- nos hace excluir semejante interpretación. En realidad, palabras como gracia, sacramento, Iglesia, sobrenatural y redención, esenciales en el cristianismo, están absolutamente ausentes. El orden de la gracia es sustituido por el orden de la naturaleza, una naturaleza que tiene en sí misma la capacidad de divinizarse.

En la novela se habla una sola vez de Jesús, cuando el Alquimista relata el sueño de un anciano de la época del emperador Tiberio. Éste tenía dos hijos. Uno de ellos era poeta y había divertido a toda la ciudad de Roma con sus composiciones, pero luego fue olvidado; el otro, militar, fue enviado como centurión a un país lejano y era un hombre justo y bondadoso. Uno de sus siervos enfermó una tarde y estaba a punto de morir. Habiendo escuchado hablar de un Maestro que sanaba a los enfermos, se puso en camino para encontrarlo.

“En el camino descubrió que el hombre al cual buscaba era el Hijo de Dios. Conoció a otras personas curadas por él, aprendió sus enseñanzas y aun cuando era un centurión romano, se convirtió a su fe. Finalmente, una mañana se encontró ante el Maestro.

Le habló del siervo enfermo y el Maestro ofreció acompañarlo hasta la casa; pero el centurión era un hombre de fe y al mirarlo en lo más profundo de los ojos supo que se encontraba ante el Hijo cuando todos los que lo rodeaban se pusieron de pie. “Éstas son las palabras de tu hijo”, dijo el ángel al anciano. “Son las palabras que pronunció en ese momento y nunca más se olvidaron: Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, pero di solamente una palabra y mi siervo sanará” (p. 173 s.).

No “permanecerán entre los hombres en los siglos futuros” las palabras del hijo poeta, sino las del centurión. El episodio, transcrito del Evangelio según San Lucas, capítulo 7, es referido como un sueño. Sabemos, en todo caso, que para Coelho los sueños revelan verdades profundas. ¿Se afirma por lo tanto la divinidad de Cristo a pesar de la atmósfera panteísta y pansiquista y la ausencia de la Redención? No lo sabemos. De cualquier manera, la interrogante nos conduce al terreno de la ambigüedad y la confusión. ¿Es éste el terreno del New Age?

Así lo sostienen algunos. En realidad, las ideas recurrentes de la novela son típicas del New Age, sobre todo éstas: All is One, “todo es uno” (el universo es un todo espiritual viviente en relación recíproca y no hay diferencia substancial entre Dios y mundo, espíritu y materia, cielo y tierra; por lo tanto el hombre es parte de lo divino, que todo lo penetra y en todo se extiende); con la voluntad y una práctica ascética iluminada y guiada por directores espirituales expertos, es posible desarrollar el propio potencial humano hasta superar la condición humana y conquistar poderes sobrehumanos; también es posible recibir revelaciones de Entidades superiores (¿Dios, Cristo, los ángeles, el inconsciente colectivo? No se sabe); el hombre posee una chispa divina que lo acerca a la divinidad del Todo y le permite sumergirse en la totalidad de la Energía divina, que es la base de la unidad del cosmos (es la Conciencia universal y absoluta).

Las afirmaciones son engañosas. Logran seducir a todos los que desconfían del cristianismo, al cual consideran superado, y disgustados con una civilización sin alma, buscan doctrinas que prometen la paz interior y conquistas salvadoras mediante prácticas mistificadoras y doctrinas neognósticas, al margen de todo dogmatismo e imposición exterior. Paulo Coelho supo captar esas exigencias del hombre contemporáneo y presentarle una novela que, sin ser una obra maestra, está bien construida y tiene el sabor de la fábula, el mito y la experiencia bíblica. El Alquimista quiere ser una edición actualizada de la Mesa de Esmeralda (cfr. pp. 93 y 142), texto básico de la alquimia, ciencia que en la Edad Media buscaba el elixir y la Piedra Filosofal para transformar en oro los metales menos nobles. Creemos que los lectores devotos de Coelho sólo encontrarán oropel al seguir sus enseñanzas y se sentirán pobres e insatisfechos.

El compendio del Alquimista se encuentra en la página 143: “Escucha a tu corazón. Éste conoce todas las cosas porque tiene su origen en el Alma del Mundo y un día regresará a ella”. También San Agustín recomienda “volver al corazón” porque “allí se encuentra la imagen de Dios. En el interior del hombre reside Cristo”[2]. En todo caso, el santo sabe muy bien que, abandonado a sí mismo, el corazón puede obscurecerse y enturbiarse hasta el punto de no poder percibirse en él la imagen de Dios. “¿Qué perturba el ojo del corazón? La codicia, la avaricia, la iniquidad, la concupiscencia. Todo eso perturba y enceguece el ojo del corazón”[3]. Por otra parte, en el Evangelio según San Marcos, (7, 21-22) se afirma que, “del corazón del hombre proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altives, la insensatez”. El alquimista de Paulo Coelho no conoce esta posibilidad dramática porque no conoce la verdad de la Redención[4]. Por este motivo, su mensaje es ingenuo y peligroso.

Tal vez el mismo autor se percató de la ingenuidad y los peligros en que navega su Alquimista. En realidad, los personajes de su última novela, Me senté y lloré en la orilla del río Piedra, se mueven bajo cielos religiosamente más benignos, aun cuando todavía cubiertos de nubes sombrías, como veremos próximamente.

[1] G. Soria, "El alquimista de las mujeres. Coelho nos relata la nueva novela", en La Stampa, 13 de junio de 1996.
[2] Redi ad cor tuum (...) quia ibi est imago Dei. In interiore homine habitat Christus (SAN AGUSTÏN, In Joannis Evangelium tractatus VIII, 10 (PL 34-35, t. 541 s.).
[3] ID. Sermo 88, nn. 5 y 6 (PL 38, 542).
[4] Esta ignorancia no puede admitirse en una persona, como Coelho, que dice ser "católico observante" (cfr. P: CONTI, "Coelho: "Todos seremos hombre y mujer", en Corriere della Sera, 5 de octubre de 1996).

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