Vivimos en una sociedad que mata los sueños, particularmente los de los más pequeños, privándolos de algo fundamental para crecer y madurar satisfactoriamente.
“Por aquella época, tuve un sueño que permaneció grabado profundamente en mi mente, durante toda la vida...”. La vida de Don Bosco quedó marcada por este sueño. En los momentos de incertidumbre, de dificultad o en vísperas de decisiones importantes, Don Bosco “soñaba”. Sus sueños eran mensajes; eran irrupciones venidas “desde fuera”, algo extraordinario, profético, tranquilizador.
Don Bosco no guardaba los sueños para sí; los comunicaba. Presentó a los suyos los acontecimientos más importantes relatándoles sus sueños. En cambio, nuestra sociedad “mata” los sueños, especialmente si provienen de los más chicos. En el campo educacional, esta mordaza puesta a los sueños, priva a los niños, niñas y adolescentes de algo muy necesario para su maduración y crecimiento.
Los chicos y chicas necesitan de un tiempo para crecer, y en esa etapa, los sueños, los sentimientos, las emociones y la fantasía deben ser cultivados, con la ayuda de los padres, madres y de los educadores.
He aquí algunas simples consideraciones. Los niños y niñas no son adultos en miniatura, aunque a menudo sean investidos precozmente de responsabilidades que no tienen capacidad de sobrellevar.
Frecuentemente la televisión y la publicidad los invitan a asumir comportamientos propios de los adultos. También nosotros, sus padres y madres , apresuramos su ingreso al mundo de la “eficiencia a toda costa”, un mundo que no repara en el modo como se llega al “triunfo”, porque quien no se adapta, se arriesga a quedar excluido del mecanismo. Incluso, al llegar a la escuela, el niño enfrenta criterios de evaluación, selección, y exclusión. No podemos maravillarnos si nuestros pequeños se sienten incomprendidos, estresados, deprimidos.
Como en el cine. ¿Cuántas veces hemos visto en una película el hallazgo del “arca perdida”, por protagonistas que se llevan un chasco porque las riquezas buscadas incansablemente no existen? Nosotros, con frecuencia, tratamos a nuestros niños y adolescentes como si fueran uno de esos arcones llenos de riquezas, sintiéndonos desencantados cuando los “tesoros” no son lo que esperábamos. El verbo educar proviene de un vocablo latino que significa “sacar afuera”. Para ser verdaderos educadores debemos animar a los chicos y chicas a adquirir habilidades y desarrollar sus propias cualidades, aunque no siempre coincidan con nuestras expectativas. Los niños y niñas que se ven obligados a satisfacer los deseos de sus padres y madres, tarde o temprano pasan por períodos de grandes crisis, particularmente en el momento de la elección de su actividad profesional o de su pareja.
“Alejandro caminaba por la pared...” En el cine, en la televisión y en los videojuegos, los héroes son destrozados y recompuestos mediante injertos mecánicos y computarizados que superan las posibilidades de la naturaleza, e incluso mueren y resucitan. Algunos recuerdan, todavía, el caso de un niño que quiso “caminar por la pared”, como Alejandro, el dibujo protagonista de un spot publicitario, y terminó fracturándose. El pequeño creyó que bastaba alimentarse con determinado producto todos los días, para romper las leyes de la gravedad, que sin duda no conocía. Es legítimo, pues, preguntarse si estos entretenimientos modernos no deforman el contacto de los niños y adolescentes con la realidad. A esta influencia audiovisual debe agregarse la creciente desafección a la lectura y la escritura que sufrimos. Hemos ingresado a una nueva forma de analfabetismo: somos incapaces de “leer” el mundo, no sabemos sorprendernos, perdimos el gusto por detenernos a contemplar, la reflexión se ha convertido en un reto inabordable. Por algo Einstein advertía: “El hombre que no sabe maravillarse es un hombre muerto”.
BSCAMLa inteligencia y la afectividad deben crecer juntos. Como padres debemos favorecer el desarrollo de la “inteligencia emocional” de nuestros hijos. Una buena capacidad intelectual manifestada en el ambiente escolar no significa ser inteligente frente a la vida y las dificultades que esta plantea. Es preciso que los niños descubran el mundo de las emociones y los sentimientos, y únicamente los padres atentos pueden brindarles el gusto y el placer de aprender, de la tranquilidad, de la confianza en sí mismos y en los demás, de la alegría, de la comunicación y del autocontrol. Para conseguirlo, debemos brindarles un largo tiempo de poesía y de sueños. La sensibilidad no es un accesorio inútil.
Re-descubrir las “vitrinas” del espíritu. La vida moderna tiene muchas “exposiciones” corporales: certámenes de belleza, eventos deportivos, spots publicitarios... ¿Por qué no preocuparse, con la misma intensidad, de “vitrinas para el espíritu”, puesto que éste es el más sufrido? Debemos favorecer los espacios de “re-animación”, principalmente para los que aún están creciendo. Don Bosco lo intentaba, concretamente, en sus oratorios, que eran lugares donde el desarrollo corporal se armonizaba con los sentimientos y la espiritualidad. Todos esos padres que están tan preocupados por el crecimiento físico de sus hijos, ¿cuánto se dedican, verdaderamente, a la maduración de la vida interior de los mismos?
Medios y espacios para la imaginación. La energía necesaria para superar contrariedades, se alimenta, entre otros recursos, de la imaginación. Esta desarrolla la creatividad y la capacidad de adaptación e innovación, que cada día son más necesarias. Los padres y madres siempre tenemos a nuestro alcance, para desarrollar el mundo imaginativo de nuestros hijos e hijas, el juego, el cuento, el dibujo y el bricolage, la lectura. El juego no es una compensación, sino una necesidad imperiosa. Los cuentos ayudan a superar angustias y miedos, ya que a través del mecanismo de identificación, facilitan la aprehensión de valores fundamentales. El placer de hacer y dibujar cosas con las propias manos brinda la posibilidad de aprender a liberar el espíritu.
Los juegos infantiles son cosas de los adultos. Después del don de la vida, uno de los más grandes regalos que podemos hacer a los niños es el tiempo: estar con ellos, hacer con ellos, fantasear con ellos. Actividades tan “sin importancia” se convierten, para ellos, en momentos inolvidables. La relación “padres-hijos” tiene necesidad de un tiempo común.
El mundo del espíritu. Hoy nos quejamos de la ausencia de espiritualidad. Más que nadie, nuestros niños y niñas tienen necesidad de esta vacuna contra la intoxicación del materialismo.
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