he participado, el verano pasado, en la Jornada Mundial de la Juventud en Australia. Daba gusto ver a tantos jóvenes procedentes de todo el mundo, a pesar de las distancias y los gastos, pertenecientes a grupos diocesanos, a grupos animados por institutos religiosos y por los movimientos.
Mi pensamiento ha ido espontáneamente a la gran aventura que comenzó con Jesús de Nazaret. Desde las orillas del océano pensaba en las riberas de un lago de un país minúsculo y desconocido. Aquellas riberas encerraban un pequeño mundo de pescadores que conocían solamente las aguas del lago con sus imprevistas tempestades y sus largos y misteriosos silencios, y que en ese mismo lago encontraron a Jesús.
Fascinados por aquel hombre, lo seguirán, lo escucharán, a veces no lo comprenderán. Dudarán de él hasta el final y lo traicionarán. Pero al final todos se reconocen en la ardiente confesión de fe de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 69). Se habían dejado capturar por su amor total y gratuito. Un amor más grande y más verdadero que sus posibles debilidades, que su misma traición. Así aquella pequeña semilla ha crecido, ha llegado a ser un gran pueblo que cubre la faz de la tierra: la Iglesia.
He sentido la alegría de encontrar también a los jóvenes del Movimiento Juvenil Salesiano. Ante aquellos millares de jóvenes entusiastas me vino a la mente el recuerdo del pequeño grupo de jóvenes que aquella fría tarde del 18 de diciembre de 1859 se reunieron en la habitación de Don Bosco para hacer la opción más importante de su vida: quedarse con Don Bosco, entregándose totalmente al Señor. Así, de una manera sencilla y humilde, hace 150 años, fue lanzada una semilla. Me parece ver al joven Cagliero que, una semana antes de aquella decisión, daba vueltas de una parte para otra en el patio, incierto, confuso, pensando una cosa y después otra, hasta que suelta la frase: «Fraile o no, ¡yo me quedo con Don Bosco!». Se quedó con Don Bosco, llevando aquella pequeña semilla hasta los últimos confines de la Patagonia. Una historia más grande que él, más grande que aquellos jóvenes pobres pero generosos. De aquella pequeña semilla nacieron los Salesianos, las Hijas de María Auxiliadora, los Salesianos Cooperadores.
Una historia que ha llegado hasta nosotros, porque aquella semilla se ha convertido en un gran árbol: la Familia Salesiana.
Es verdad, eran jóvenes pobres, limitados en su experiencia humana y cultural. Pero en Don Bosco habían encontrado a Jesucristo que los lanzó a una misión humanamente imposible, una loca aventura: «Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra» (Hech 1,8). También a vosotros, jóvenes del tercer milenio, confía el Señor la misión que hace dos mil años entregó a sus discípulos: «Te envío a anunciar mi Evangelio hasta los confines de la tierra. Ve con el amor y la pasión apostólica que impulsó a Don Bosco a preferir siempre a los jóvenes, a los pobres, a los pueblos no evangelizados todavía».
¡No tengáis miedo! Jesús Resucitado os asegura la fuerza, el dinamismo y la alegría que provienen del Espíritu Santo. Con la fuerza del Espíritu, la Iglesia cumple su misión, hace presente a Jesús hoy; el mismo Espíritu que suscitó y formó a Don Bosco, ha hecho de aquella semilla un árbol grande y hermoso. Para continuar esta misión me dirijo a vosotros, queridos jóvenes, con la apremiante invitación a colaborar con vuestro entusiasmo y dinamismo juvenil a hacer de la Familia Salesiana un gran movimiento, vasto como el mundo, para la salvación de los jóvenes.
No sois sólo los destinatarios de la misión salesiana, sino que con vuestro frescor juvenil sois el corazón palpitante de este gran Movimiento. Por eso os preguntaréis: «¿Qué debemos hacer, cómo podemos responder a la misión que Jesús nos confía y cómo podremos evangelizar concretamente a nuestros compañeros?»
Estoy convencido de que si sabéis encontrar espacio para la oración y para poneros a la escucha dócil del Espíritu Santo, veréis cada vez con más claridad cómo proceder en esta obra tan importante que es la evangelización y educación vuestra y de vuestros amigos.
Y aquí quisiera, con simplicidad, daros algunas sugerencias que confío a vuestra reflexión y a vuestro corazón generoso.
Ante todo os invito a cultivar una actitud de fondo: la voluntad de caminar juntos hacia una meta compartida, con un intenso espíritu de comunión, convencidos de que hay que unir fuerzas, con madura capacidad de proyectar juntos. Hemos recibido el gran don de la Espiritualidad Juvenil Salesiana, que es la fuente de nuestra comunión y el dinamismo de nuestra misión, y que debemos profundizar y compartir cada vez más.
Nuestra misión común, nuestra meta compartida, es el «planeta jóvenes». Por eso, queridos amigos, es necesario estar dentro de la realidad juvenil. Jesús os invita, junto a todo el Movimiento Salesiano, a entrar en el mundo de los jóvenes de hoy, con sus sombras y sus luces, sus angustias y sus esperanzas, con sus momentos de alegría pero también con sus sufrimientos, con su vida exuberante pero también con sus desiertos donde brota solo la hierba amarga de la soledad. Pienso en el mundo escolar, en la Universidad, en la realidad laboral; pienso en los lugares del tiempo libre y de la diversión; pienso sobre todo en las zonas desesperadas del malestar juvenil. Habrá que estar activamente presentes en todos estos ambientes promoviendo una mayor calidad de vida, una comunicación más intensa y profunda, una solidaridad que haga superar tanto individualismo y tanta soledad en la que viven tantos jóvenes, testimoniando los valores positivos que dan sentido y gusto a la vida y, sobre todo, haciendo presente entre los jóvenes a la persona de Jesucristo, fuente de humanidad plena, de vida y de alegría.
Otra sugerencia: hacer que se oiga la voz de los jóvenes, en especial la de tantos jóvenes que no tienen voz y a los que nadie escucha; dar a conocer sus necesidades y sus expectativas, defender sus derechos y acompañarlos en sus reivindicaciones. Ante todo hacer oír la voz de los jóvenes entre vuestros compañeros, que muchas veces no conocen ciertas situaciones de malestar y de marginación; hacer que se oiga en los grupos de la Familia Salesiana. Como Domingo Savio, que llevó a Don Bosco hasta el enfermo de peste que había quedado abandonado, así también vosotros tenéis que darle la mano a la Familia Salesiana para que se ocupe de los enfermos de nuestro tiempo. Si no entráis vosotros en esta realidad, probablemente ningún otro irá en lugar vuestro.
Pero también juntos, como Movimiento, debéis ser la voz de los jóvenes ante la sociedad y ante la misma Iglesia: fomentad con creatividad iniciativas que ayuden a conocer sus problemas, sus situaciones de peligro, sus expectativas y esperanzas.
Habrá que dar a conocer también las noticias que hablan de lo que se hace en el mundo de los jóvenes, de tantas iniciativas positivas que ordinariamente no aparecen en los medios de comunicación; promover de esta manera una visión positiva del mundo juvenil entre los adultos, contagiándolos con vuestro entusiasmo y dinamismo.
Estamos llamados a ir juntos a la entraña de la vida, aceptando los retos de la complejidad cultural y social. La familia, la escuela, la comunicación social, la cultura, la política, necesitan nuevas formas de solidaridad. La respuesta está en el compromiso activo por el bien común que, para la Familia Salesiana, significa promover la tarea compartida ante los grandes desafíos de la vida, de la pobreza en sus distintas expresiones, de la evangelización, de la paz, de los derechos humanos. Para vosotros, jóvenes, el voluntariado civil, social y misionero, representa una posible vocación significativa y comprometida que como Movimiento debéis fomentar.
Otro sector para compartir como Movimiento es el compromiso misionero. En estos últimos años, en las expediciones misioneras, hay siempre algunos jóvenes que ofrecen algunos años de su vida para la difusión del Evangelio; pero también en vuestros países podéis crear redes de colaboración y de apoyo para sostener la tarea misionera de la Familia Salesiana y de la Iglesia.
Estad dispuestos a hacer opciones exigentes de servicio, generosos hasta acoger el don de Dios que llama con una vocación de especial consagración.
Robusteced el mismo Movimiento Juvenil Salesiano promoviendo encuentros y relaciones entre los distintos grupos de una misma obra salesiana o de la misma zona, favoreciendo el intercambio de iniciativas y subsidios, la colaboración en proyectos compartidos al servicio de las grandes causas de la vida y de la solidaridad. Abrid el MJS a otros movimientos de la Iglesia local, colaborad con instituciones y organismos de la sociedad civil, especialmente con los que se ocupan de los jóvenes y del malestar juvenil. Dad visibilidad eclesial y social a la presencia salesiana, como Movimiento, participando en los proyectos comunes, ofreciendo vuestros recursos y posibilidades para apoyar iniciativas a favor de los jóvenes, fomentando colaboraciones variadas, ágiles, convergentes, renovables…
Y he aquí una última recomendación que me parece importante. El Movimiento Salesiano ha nacido del corazón apostólico de Don Bosco, inflamado de caridad por la salvación de los jóvenes. Seremos capaces de construir Movimiento Salesiano si sabemos estar presentes en la realidad juvenil con el corazón anclado en Cristo. Estamos llamados a modelar nuestro corazón, pobre e incluso pecador, sobre el de Jesús, en el cual Dios se ha manifestado al mundo como el que da la vida, para que el hombre sea feliz y tenga vida en abundancia (cfr. Jn 10,10). Hay que tener una fe, cada vez más fuerte, que se alimenta con la Palabra de Dios y la Eucaristía, que se sumerge con frecuencia en el océano de la misericordia de Dios y que comprueba siempre lo hermoso e importante que es dejarse ayudar por un guía espiritual.
Siguiendo rutas de profundización espiritual y de formación pastoral podremos cumplir nuestra misión común, que es la educación cristiana y la orientación del joven en la vida.
He aquí la interpelación que el Papa dirigió a los jóvenes en la pasada Jornada Mundial de Sidney, diciendo: «Queridos jóvenes, permitid que os haga ahora una pregunta. ¿Qué vais a dejar a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestra existencia sobre cimientos sólidos, estáis construyendo algo duradero? ¿Estáis viviendo vuestra vida dando espacio al Espíritu en medio de un mundo que quiere olvidar a Dios, o incluso rechazarlo en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que habéis recibido, la fuerza que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia vais a dejar a los jóvenes futuros? ¿Qué diferencia vais a marcar?» (Homilía en la Eucaristía final en el Hipódromo de Randwick, el 20 de julio de 2008).
Pongámonos en camino con esperanza: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos hasta lo últimos confines de la tierra» (Hech 1,8). Queridos jóvenes, estas palabras de Jesús son para cada uno de vosotros. ¡No lo olvidéis nunca! Jesús Resucitado abre a cada uno de vosotros estos grandes horizontes, os señala también a vosotros los confines de la tierra. Confines que empiezan aquí y ahora, en vuestros países, en vuestras ciudades donde os ha colocado la Providencia. Somos parte de una gran Familia nacida del corazón de Don Bosco y crecida con el don de María Mazzarello y de todos los Santos y Santas que la han vivificado, especialmente los santos jóvenes, Domingo Savio, Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, los cinco jóvenes mártires del Oratorio de Poznan, y tantos otros. El Señor nos llama hoy a continuar esta hermosa aventura para el bien y la salvación de los jóvenes.
María, que ha sido la Madre y Maestra de Don Bosco, no nos puede dejar solos en este camino. Ella es también para nosotros Madre y Maestra, que nos conduce a Cristo y a los jóvenes, para que podamos construir al servicio de los jóvenes más pobres un Movimiento de salvación y de vida plena.
En la solemnidad de San Juan Bosco
Don Pascual Chávez Villanueva
Turín, 31 de enero de 2009
(fuente: http://www.infoans.org/)