Jorge A. Blanco Departamento de Audiovisuales Editorial SAN PABLO
Casi sin advertirlo, nos encontramos transitando el Adviento. Probablemente, las diversas ocupaciones, obligaciones y problemas cotidianos, como así también el cansancio y la cercanía del inminente fin de año, hacen que pasemos por alto el valor de este tiempo litúrgico. Sin embargo, debemos tener en cuenta que el Adviento nos propone, precisamente, estar atentos y vigilantes a la llegada esperanzadora del Señor y a las necesidades de nuestros hermanos.
Para motivar nuestra reflexión personal y comunitaria sobre este tema, los invito a leer un cuento titulado “Atención”, del libro Creciendo con san Pablo en el don de la sabiduría (Gustavo Jamut, SAN PABLO, 2008):
Se dice que, en una oportunidad, hace no mucho tiempo, Jesús, de manera visible y con su vestidura humana, visitó un templo parroquial, no recuerdo si era de un pueblo o de una ciudad…; lo importante es que podría haber sido tu parroquia.
Todos estaban profundamente emocionados de haber tenido tal privilegio, y, como toda la gente del lugar le pedía a Jesús que les enseñase su Sabiduría y que los bendijese, entonces, él les respondió que, al día siguiente, les daría una enseñanza que ellos no olvidarían fácilmente y que atraería muchas bendiciones a sus vidas.
Al llegar la noche, todos los habitantes, el párroco incluido, ofrecieron sus casas a Jesús para que se alojara en ellas…; pero tú ya sabes cómo somos los seres humanos. Si Jesús se alojaba en una casa, comenzaban los celos en quienes habitaban en las otras, y luego seguirían los comentarios: “¿cómo es que Jesús se alojaba en la casa de fulano, siendo que todos le conocían las manchas (es decir los pecados) que el ‘tigre’ tenía…?”; “¿y cómo es que Jesús iba a la casa de los pecadores y no se alojaba en la casa parroquial o al menos en la casa de doña Romualda que era ministra de la eucaristía, el esposo había sido intendente del pueblo, y ella tenía la mejor casa o la mejor reputación…?”. Todo esto según el cotilleo popular…
En fin, a Jesús no le importaban las lenguas largas y las habladurías, pero ya, que iba a estar visible tan poco tiempo, aunque siempre estaba con el mismo poder en la eucaristía, decidió pasar la noche en el templo parroquial.
No bien decirlo, y comenzaron los ruegos: “no, Señor, que vas a estar incómodo”, “vas a pasar frío…”. Pero Nuestro Señor, por más que le insistieron, no aceptó cambiar su decisión y amablemente les agradeció por su hospitalidad y les dijo que quería pasar la noche en su templo. En definitiva, él ya estaba allí desde que esa iglesia había sido bendecida por el obispo y el Santísimo Sacramento había sido reservado en el sagrario. Sobre todo, les dijo que quería pasar la noche para pensar en la palabra de sabiduría que él dejaría como regalo a la gente del pueblo, una vez que hubiese marchado del lugar de forma visible.
Ante ese argumento, todos se mostraron conformes con sus palabras y ya no insistieron.
Cada uno se fue a su casa con la enorme expectación de que llegara el siguiente día, para así escuchar la palabra de sabiduría que Jesús dejaría como don para ese pueblo.
Antes de que amaneciese, la gente ya estaba levantada. Algunos ni siquiera habían logrado dormir. A las 8 horas en punto, tal como habían convenido con Jesús, el pueblo entero se abalanzó a la iglesia con el párroco y los demás sacerdotes a la cabeza.
Pero… al abrir las puertas, el asombro fue mayúsculo. Jesús ya no estaba visiblemente y en cambio las paredes estaban llenas de graffitis, todos con la misma palabra: “ATENCIÓN”. Dicha palabra estaba escrita en toda clase de letras, tamaños y colores… Enseguida, la gente se indignó… quién podría haber hecho semejante barbaridad. “Hay que tapar enseguida los carteles”, decía uno de los feligreses. Otro decía: “pongámonos todos manos a la obra para dejar nuestro templo tal como estaba antes…”. Así, el griterío y los comentarios iban en aumento…
Sin embargo, después de la primera impresión, el párroco logró que hicieran silencio y les recordó que Jesús les había prometido que, antes de marcharse, les iba a dejar una palabra de sabiduría… “¿Y si fue el mismo Jesús quien escribió esta palabra: ATENCIÓN?”. “¿Y si a través de esta palabra ATENCIÓN él quiere darnos un mensaje?”.
A la gente le costaba creer que Jesús hubiese hecho semejante cosa. Pero, ante las palabras del párroco, al cual consideraban un hombre bastante sabio, que les recomendó calmarse y tomar un tiempo para pensar en el mensaje de Jesús, antes de volver a pintar la iglesia, todos accedieron a dejar las cosas como estaban hasta que tuvieran un poco más de claridad.
Lo cierto es que fueron transcurriendo las semanas y los meses, y, cada vez que la gente iba a la iglesia, por todos lados, veían escrita la misma palabra: “ATENCIÓN”.
Al principio les molestaba… pero cada vez menos.
No se sabe si por el poder que tienen las palabras, o por una gracia particular de Jesús, lo cierto es que, con el tiempo, se fueron dando cambios en el pueblo: los maridos comenzaron a tener mayor ATENCIÓN a las necesidades de sus esposas, mientras que ellas estaban ATENTAS, a las necesidades de sus maridos; los alumnos estaban más ATENTOS en clase, y los docentes prestaban mayor ATENCIÓN a los problemas que podrían tener sus alumnos. El intendente comenzó a estar más ATENTO a la distribución equitativa de los impuestos y a que no se perdiera ningún vuelto en el camino… (Cierto que esto le costó bastante, pero al final lo logró, y le trajo una gran paz interior). El párroco estuvo más ATENTO a lo que Dios le pedía cada día y a la problemática real del rebaño… Doña Pancha y don Pancho ya no estuvieron tan atentos a los errores de sus vecinos y comenzaron a estar más ATENTOS a las necesidades de los más pobres…
Para no seguir extendiéndonos más en el relato, al final, nadie quiso borrar la palabra ATENCIÓN, no sólo porque el mismo Jesús había escrito esa palabra, sino porque, más bien, les recordaba que la verdadera sabiduría consiste en estar ATENTO a lo que Dios nos pide y a las necesidades de quienes están a nuestro alrededor.
Estén preparados y atentos
(Marcos 13, 33).
Para la reflexión personal y grupal:
-¿Qué sensaciones nos ha dejado la lectura de este relato?
-¿Qué hubiera ocurrido, si esta historia hubiese ocurrido en tu parroquia, comunidad, grupo, etc.?
-¿Por qué creemos que fue el mismo Jesús quien le requirió a los integrantes de aquella comunidad a que estuvieran atentos?
-Expliquemos, con nuestras propias palabras, el mensaje del cuento.
-¿Prestamos verdadera atención a la Palabra de Dios y a lo que la Iglesia nos enseña e invita a celebrar en esta Navidad?
-¿Solemos estar atentos a la presencia del Señor en nuestra vida cotidiana?
¿Lo descubrimos, con frecuencia, presente en nuestros hermanos, en los más necesitados, en el prójimo, etc.?
-¿Qué cosas, situaciones, circunstancias, etc. desvían nuestra atención y nos alejan del amor de Dios?
-Reflexionemos, de cara a la Navidad que se aproxima, de qué manera desearíamos vivir este Adviento que se inicia.
Para profundizar nuestra reflexión:
Toda la liturgia del Adviento se hace eco del Precursor, invitándonos a ir al encuentro de Cristo, que viene a salvarnos. Nos preparamos para recordar de nuevo su nacimiento, que tuvo lugar, en Belén, hace cerca de dos mil años; renovamos nuestra fe en su venida gloriosa al final de los tiempos. Nos disponemos a reconocerlo presente en medio de nosotros, pues nos visita también en las personas y en los acontecimientos diarios. Nuestro modelo y guía, en este itinerario espiritual típico del Adviento, es María, que es mucho más bienaventurada por haber creído en Cristo que por haberlo engendrado físicamente (cf. san Agustín, Sermón 25, 7: PL 46, 937). En ella, preservada inmaculada de todo pecado y llena de gracia, Dios encontró la "tierra buena", en la que puso la semilla de la nueva humanidad. Que la Virgen Inmaculada, a quien nos disponemos a celebrar mañana, nos ayude a preparar bien "el camino del Señor" en nosotros mismos y en el mundo
(JUAN PABLO II, Ángelus del 7 de diciembre de 2003).
Para rezar:
Dame, Señor,
un corazón atento,
que nada me aparte de ti.
Concédeme, Señor,
inteligencia para conocerte,
celo para buscarte,
sabiduría para encontrarte,
una vida que te agrade,
perseverancia para esperarte
con confianza,
y una confianza que al fin
te posea.
(Santo Tomás de Aquino).
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